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aaargh!!! que me ahogooo!!!
Bueno... ya puestos, podía poner un fragmento de una narración breve que he inventado...
RACHE
Ella le apuntó con el arma. No se veía una pizca de vacilación en su rostro, serio y decidido. El hombre se quedó pálido. Un sudor frío comenzó a recorrerle todo el cuerpo y hacía relucir su rostro como si se hubiera echado toneladas de aceite por encima. Podría decirse que en aquel momento realmente sudaba tinta. No se puso nervioso, estaba demasiado aturdido para pestañear siquiera, pero en cuanto tomó conciencia de su precaria situación, vio pasar de golpe toda su vida ante sus ojos. No pudo más que echarse a temblar al recordar que dejaría una mujer viuda, desconsolada y a su hijo de trece años. Sólo con pensar en el inminente destino que se abalanzaba sobre él como una máquina de tren desenfrenada, le fallaron las fuerzas y tuvo que sujetarse al amplio escritorio de madera. No había sido nunca un gran creyente, es más, siempre se había mostrado como un escéptico, pero en aquel momento cualquier cosa que pudiera salvarle de aquel nefasto final era bien recibida. Lentamente, cerró los ojos y comenzó a murmurar una retahíla de oraciones, esperando vanamente un milagro que lo salvara de aquella terrible desgracia.
Al mismo tiempo trató de recordar, desesperado, qué error había cometido, qué daño podía haber causado para encontrarse en esa circunstancia, justo cuando mejor le iba todo en su vida profesional. Se le iba a proponer un ascenso en pocos meses... quizás el mes siguiente. Y pensar que ni siquiera iba a vivir para ver el año nuevo le hacía palpitar fuertemente el corazón. La situación le superaba en todos los sentidos, y por supuesto, nada que pudiera haber hecho o dicho (desde luego eran muy pocas las cosas dichas que pudieran haber sido perjudiciales en algún momento, pues era un hombre de acción) justificaba en absoluto que fuera víctima de tan terrible acto. Aun así, siguió haciendo memoria pero, por supuesto, no encontró nada.
Apretó más fuerte la mesa, y los dedos se le quedaron completamente blancos. No pudo abrir nuevamente los ojos. El terror se lo impedía, le paralizaba la voz, y lo único que salió de su garganta cuando intentó una vez más salvar su pobre pellejo, fueron unos roncos e incomprensibles balbuceos que, por alguna razón desconocida, parecieron divertir al acompañante de la agresora, que esbozó una burlesca risilla. Aquello solo consiguió aumentar la tensión del agredido, que se sintió a punto de desmayarse.
De repente, se oyó un extraño ruido en el piso inferior. Aferrado a la esperanza de que quizás después de todo fuera a salvar su vida, el balbuceante hombre se fijó con detenimiento en sus atacantes. Se aseguraría de que no quedaran impunes si sobrevivía. La que empuñaba el arma no era, como en un principio había creído, una mujer bajita, sino, habiéndola mirado con más detenimiento tratando de recordar lo mejor posible sus rasgos, una chica joven, de facciones finas, alargadas, que contrastaban sobremanera con su cuerpo de formas redondeadas y curvas. Se fijó con detenimiento en su pelo oscuro, en sus ojos verdes, en sus gafas, ligeramente ladeadas por el movimiento. No debería ser mayor de dieciocho, concluyó el hombre. En cuanto a su acompañante, también resultaba obvio que era un muchacho joven, tal vez algo mayor que ella, pero sin duda no alcanzaba la mayoría de edad. Sus rasgos angulosos y su expresión burlesca le hacían parecer mayor de lo que en realidad era, estaba claro. Memorizó sus rasgos punto por punto: ojos verdosos; cabello marrón, en melena; facciones angulares y piel pálida, atributos que, a su parecer, le hacían parecer un rebelde, junto con sus ropas negras y su mirada desafiante.
Sin previo aviso, la puerta del despacho salió disparada hacia atrás, sacada violentamente de sus goznes por una patada propinada por el cuerpo de vigilancia del edificio, y los delincuentes apenas tuvieron tiempo de apartarse de su trayectoria para que no es golpease. Con mayor rapidez de la que los agresores hubieran esperado, se encontraron rodeados por el pelotón entero, que con la velocidad del rayo apuntaron a los dos jóvenes, ahora con aspecto aturdido y confuso, y les obligaron a dejar marchar a su víctima. No hizo falta, sin embargo, ordenarles que dejaran el arma. La chica, con absoluta tranquilidad, se adelantó un paso, dejó el arma sobre el escritorio y volvió junto al joven[...]